13-N: Entre el ardor guerrero y el buenismo

Que los extremos se tocan es algo que ha vuelto a quedar claro en la reacción de la opinión pública ante los execrables atentados yihadistas de París. Todos condenamos los ataques, lloramos por los muertos y sentimos miedo ante la sinrazón de los terroristas. Creo. Pero ahí acaban los parecidos. Aparecen dos posiciones extremas, radicales, que tristemente, quizá por su falta de matices, terminan dominando el debate posterior a los atentados. Nunca falla. Por un lado está, y perdón por los términos que pueden no ser del todo precisos, esa derecha fanfarrona con ardor guerrero a la que le pone mucho esto de guerras, bombardeos, armas, ejércitos, exterminar el enemigo... Y después tenemos a la izquierda buenista que tarda aproximadamente cinco minutos en echar la culpa de los atentados a la sociedad que los ha sufrido. No tengo claro cuál de los dos extremos me resulta más repulsivo, pero sí que no me identifico con ninguno de ellos. 

Los primeros, como digo, parecen disfrutar con este tono belicista empleado por Hollande. No es sólo que lo estimen necesario y oportuno. No. Es que da la impresión de que tienen un enorme ardor guerrero. Les gusta, o tal parece, este discurso, este drama. Uno pensaría que a todos nos espanta la situación que estamos viviendo, nos aterra, nos disgusta. A ellos, no. Les encanta hablar y oír hablar con palabras gruesas. Aniquilar al enemigo. Entrar en guerra. Defenderse con las armas. Son esos que dicen que los rehenes de la sala Bataclan deberían haberse defendido ante los fanáticos del Kaláshnikov (mi admirado, pero aquí equivocado Arturo Pérez-Reverte). Según este extremo, somos unos blandos. Nos hemos malacostumbrado a vivir en paz, a sentir repelús cada vez que oímos hablar de violencia, de guerras, de armas. 

Tenemos que atacar, nos dicen. Exterminar al enemigo. Aunque eso implique bombardear una ciudad, Raqa, donde además de los indeseables del Daesh (autodenominado Estado Islámico, pero que está bien llamar así, Daesh, sus acrónimos en árabe, porque no les gusta nada esta denominación a los fanáticos medievales que forman este grupo), hay civiles. Son esa clase de gente a la que no le importa que los gobiernos tengan la tentación de tapar sus excesos tras banderas, himnos y la buena voluntad de los ciudadanos conmocionados. Esos que  propugnan que no se cuestione absolutamente nada de lo que haga, en este caso, el gobierno francés porque todo será legítimo y poner pegas es ser mal demócrata o abrí patriota. Los que no tienen la menor duda en el debate entre seguridad y libertad, a pesar de que ya sabemos en qué acabó la Patriot Act en EE UU tras los atentados del 11-S, en pérdida de libertades y espionaje masivo. Sí me parece un debate pertinente plantearnos si, para defender esos valores que atacan los fanáticos, debemos ceder parte de ellos voluntariamente en pos de la seguridad. Porque tan evidente como que la libertad sin seguridad no vale nada lo es que es un fracaso como sociedad tener que ceder libertades para combatir a un enemigo que, precisamente, busca atacar esos valores, entre los que está, sagrada, la libertad. 

También está siendo frecuente en este grupo aquello de equiparar a los refugiados con los terroristas. Lo cual es racismo puro, repugnante xenofobia. Pretender decir que el Islam en su conjunto es lo mismo que terrorismo yihadista es irresponsable e injusto. Un disparate mayúsculo. Los políticos u opinadores que así actúan, obviando que, de largo, son musulmanes la inmensa mayoría de las víctimas del Daesh, están actuando como pirómanos y es nauseabundo ver a Le Pen intentando sacar partido político de esta crisis o al gobierno de Polonia defendiendo que, visto lo visto, no piensa acoger ni a un refugiado. Odioso. Intolerable

Como digo, este extremo, el de los del ardor guerrero, me aterra, me espanta. Pero tampoco puedo sentirme representado por el otro. La izquierda buenista, la de Blancanieves. Al igual que los de la derecha guerrera, también ellos creen que los asesinatos yihadistas son nuestra culpa. Los extremos se tocan. Los unos, porque somos unos blandos que no nos defendemos ni bombardeamos masivamente al enemigo. Los otros, porque los criminales son unos inadaptados y eso es culpa de las sociedades occidentales. Por eso nos matan. Gente desesperada matando a otra gente desesperada, llegó a decirme el otro día una persona a la que respeto profundamente, pero que me dejó ojiplático. "Están discriminados, les hacemos vivir en guetos y por eso no les queda otra que inmolarse", soltó ayer, lleno de estulticia, un eurodiputado de Podemos. Como si debiera ser automático eso de que las personas más vulnerables de la sociedad cogieran un fusil y se pusieran a asesinar indiscriminadamente a civiles. Como si fuera una reacción lógica. ¿Eres pobre? Pues ya sabes, a matar a gente.  

Parece que los de este extremo, que si el anterior peca de fanfarrón este lo hace de candidez, y ambos a su vez de irresponsables, se apresuran siempre que sucede un atentado terrorista en cargas las tintas contra las víctimas, no contra los verdugos. Sí, por supuesto, es un horror el atentado. Naturalmente, no justifican abiertamente los asesinatos. Pero, acto seguido, empiezan a repartir carnets de moralidad y afean que nos impacten más los atentados en París que en Siria. Nos dicen que todo es culpa de las sociedades occidentales porque en ellas se discrimina a las personas musulmanas. Nos cuentan que países occidentales financian al Daesh. Siendo todo eso cierto, se quedan cortos. Se guían por un dogmatismo insufrible. En resumen, los atentados yihadistas son culpa de todo el mundo, menos de los asesinos que han matado a sangre fría a personas de las que nada sabían. 

No tiene nada que ver con la religión, nos dicen. Sí y no. Desde el momento en el que estos locos dicen matar en nombre de un dios, obviamente, sí tiene un componente religioso. No tiene que ver, como es comprensible, con la inmensa mayoría de los musulmanes, pues es el Islam es una religión de paz, sino con una lectura fanática, pervertida y nada representativa del la religión. Pero sí es un problema con un innegable componente religioso. Matices faltan en esos extremos que me temo estén acaparando el debate. Deberíamos confiar en la madurez de los ciudadanos. Decir que, como es evidente, estos fanáticos no representan a todos los musulmanes, que de hecho sólo se representan a sí mismos, es compatible con afirmar que el terrorismo yihadista sí tiene algo que ver con la religión. Porque inflaman a personas de cabeza hueca con paraísos llenos de vírgenes (¿a las mujeres que se inmolan les prometerán no tratarlas como las tratan aquí, como si fueran objetos?) y porque hay mezquitas radicales, financiadas por nuestro aliado Arabia Saudí, por cierto, que propagan un discurso del odio. 

Estas personas, lo que amablemente llamo la izquierda buenista, desde el minuto 1 tragedia se dedican a hablar de otras cosas. Con los cuerpos calientes. Y, a ser posible, para lograr que la culpa sea de Occidente. No hay un ellos y nosotros, dicen. Pues aquí también hacen falta algunos matices. No hay un ellos (musulmanes) y nosotros (cristianos, judíos, ateos). Pero sí nay, evidentemente, un ellos (los criminales que exterminan a musulmanes, cristianos, judíos, ateos..) y un nosotros (sus víctimas, sea cual sea nuestro origen o nuestra creencia religiosa). Este buenismo, ya digo, que es incapaz de reconocer que, por ejemplo, el mal llamado cerebro (mucha inteligente no debe de tener) de los ataques yihadistas es belga, iba a un colegio belga, parecía perfectamente integrado, su familia está agradecia a Bélgica ("este país nos lo ha dado todo"). Aquí falla su discurso según el cual todo es culpa de que en Occidente hay racismo, que sin duda lo hay y desde luego es repugnante y se debe combatir.  

Es difícil entender que tantos jóvenes se sientan llamados por propaganda del Daesh en Internet. Pero lo cierto es que es así. Que personas nacidas en Europa van a Siria a hacer la guerra y a aprender a hacerlo. Lo cierto, buenismos aparte, es que quienes forman parte del Daesh sí nos han declarado la guerra, sí van a por todos los que no comulguen con sus fanáticas ideas. Y eso conviene tenerlo presente, incluso en entre quienes defienden soluciones de cuentos de hadas al drama al que nos enfrentamos. Estas personas culpan, como digo a Occidente. Evidentemente, la ilegal y errónea guerra de Irak del 2003 tiene mucho que ver con lo que vivimos ahora. Muchísimo. Y evidentemente también poco podemos presumir de nuestros valores cuando pisoteamos los derechos de las personas inmigrantes sin papeles. Lo que veo menos claro es la candidez de Blancanieves y el dogmatismo de estas personas. Tener miedo a reconocer que nuestro sistema, con sus innumerables defectos, sí es superior, sin la menor duda, que el de aquellos lugares donde se impone la ley islámica, esa que contempla asesinar a los homosexuales o lapidar a mujeres. Como si hiciera falta igualar las democracias occidentales con las teocracias para mostrar su rechazo a este sistema, a la guerra de Irak, a los intereses económicos y empresariales oscuros que guían a veces las acciones de los gobiernos, al nauseabundo apoyo a Estados que, como Arabia Saudí, respaldan con poco recato a los terroristas, la ceguera de anteponer los intereses veo estratégicos a los Derechos Humanos..

Así que lamento sentirme atrapado en este necesario debate tras los atentados de París, el debate sobre cómo responder a la amenaza del Daesh, entre estos dos extremos. De un lado, los del ardor guerrero. Los que parecen felices cuantos más bombardeos masivos se anuncien. Los que sólo reclaman aplicar la fuerza. Y del otro lado, quienes culpan a Occidente de todo, quienes no gastan ni medio minuto en responsabilizar de estos crímenes atroces a los verdugos que lo cometen, a los fanáticos que asesinan infieles. Sería muy de agradecer mantener un debate sosegado, pero, visto lo visto, está complicado. 

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